19. Incubo
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ Era vagamente consciente de que estaba atrapada en un bloque de piedra, con los brazos levantados y atados con correas de cuero, las piernas separadas y los tobillos atados de la misma manera. Desnuda, a merced de bocas y manos, disfrutaba de ser chupada, lamida y tocada, pero no podía entender cómo ni cuándo había llegado a ese lugar ya esa posición.
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ Los recuerdos borrosos mostraban que había tenido su última comida con sus compañeros de cuarto y hermanas en el Convento Sant Louis. Había vino. Una hermosa botella de vino tinto, traída directamente de la bodega por las manos descarnadas de sor Gertrudis. Ella había dicho algo acerca de celebrar su fallecimiento, justo en el solsticio.
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ Pero ahora un dedo enérgico penetró su vagina. Empujó tan profundo como pudo, frotando las paredes, yendo y viniendo frenéticamente. El movimiento provocó deliciosas sensaciones, instándola a levantar las caderas, moverse, rodar.
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ – ¡Este servirá, muy bien, Agnes, este servirá! – una voz de anciana, parecida a la voz de sor Gertrudis, elogió a quien le metió el dedo en las entrañas y, urgida por la misma voz, también lamió generosamente sus vergas: – ¡Ahora corre tu lengua, déjala bien lubricada! ¡Muy bien, así es!
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ Agnes. Su colega, eso sí, era sin duda Agnes, la francesita que había venido del sur a estudiar a Sant Louis, para aprender a ser una dama de buenos modales y desfilar con soltura por los salones de París. La sombría y misteriosa Agnes, que todas las tardes desaparecía por las oscuras escaleras de la bodega, la misma por la que había desaparecido aquella noche sor Gertrudis, en busca de vino...
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ – Mis pechos… – susurró. Intentaba abrir los ojos, librarse de la pesada sensación de estar inmersa en un sueño fantástico, drogada por una cantidad absurda de humo de incensario.
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ Nadie le tocaba los senos. Y quería que los tocaran. Quería que sus manos y lenguas, suaves y nerviosas, subieran desde su vulva y culo y vagina hasta sus pechos, al resto de su cuerpo, a su boca. ¿Fue real? ¿Estaba realmente clavada en una piedra fría, tendida en un ángulo de cuarenta y cinco grados, en el sótano del convento, rodeada de botellas y toneles viejos, antorchas, humo de incienso y una letanía lastimera, cantada por las monjas del colegio...?
Era tan absurdo que solo podía ser un sueño loco, de esos que se ven justo en medio del sueño. Y como sospechaba que era un sueño, menos mal que Agnes la estaba chupando con su bocota, metiendo su dedo áspero y ligeramente torcido en su vagina... menos mal que tal vez eran Elka y Annie Marrie, las otras manos y lenguas que le abren las nalgas y lamen tu culo...
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ – Mis tetas… quiero que me chupes las tetas…
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ Las risas resonaron en el sótano. Una carcajada fuerte y masculina que parecía reverberar a través del cristal de las botellas y recorrer todo el espacio. Llegó seguido de un ruido sordo de cascos en el suelo, anunciando la llegada de un animal grande y muy pesado. Inmediatamente sus colegas y monjas cesaron sus acciones. Se sentía abandonada, abandonada y suelta, sin lenguas, sin manos, sin letanías. Las mujeres retrocedieron tan rápido como el sonido se materializó en el espacio. Puedes ver, por el rabillo del ojo apenas abierto, que estaban arrodillados frente a un rastro de tiza y velas encendidas en el suelo. Los brazos extendidos, las manos hacia arriba, los ojos bajos, reverentes, las frentes descendiendo sobre el suelo frío.
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ Un viento helado barrió el sótano, apagando cada una de las antorchas. Pero no alcanzó ninguna vela, ninguna de las pequeñas llamas parpadeantes. Y con el viento, la risa la alcanzó.
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ – Ofrecemos una fiesta al Señor, para su gloria y nuestro sacrificio... – dijeron las mujeres al unísono, entonando en voz alta la letanía que hasta ese momento sólo había sido murmurada, incomprensible. Pero con la llegada de ese colosal animal, rezarían la oración en voz alta, saludando al recién llegado.
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ ¿Qué fue eso? Qué criatura era aquella, cuyos cascos golpeaban el suelo y cuya risa llegaba, esta vez cálida, a su oído. Y a medida que se acercaba, traía consigo el calor, un calor violento que se iba acercando a su cuerpo, extendiéndose por cada centímetro de su piel. No podía ver, no podía despertar. Sólo podía escuchar la risa que insistía en reverberar, ahora más baja, más íntima, acercándose a ella, a su cuerpo ya su oído, ¡haciendo toda la experiencia terriblemente excitante!
Sintió sus grandes manos masculinas, callosas, sí, eran manos masculinas, rodeando sus pechos. Y sintió, poco después, una boca caliente y húmeda envolver sus pezones, chupándolos con fuerza, succionando durante mucho tiempo, uno tras otro.
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ – ¿Qué quieres...?
Una voz espesa, sin embargo, seca y desconectada de la presencia que la excitaba, preguntó. Estaba tan cerca, tan íntimamente cerca de ella, que podía sentir su gruesa polla presionando contra su coño y su cálido aliento extendiéndose por su rostro.
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ – Quiero despertar. ¡Despierteme!
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ Luchó, libró una increíble batalla interna, no para librarse de la situación, sino para vivirla en su plenitud, para estar plenamente presente ante esa presencia que lejos de intimidarla, la excitaba cada vez más. .
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ – ¿Y si es un sueño, Lilibeth? Si te despiertas no estaré aquí...
_cc781905-5cde-3194 -bb3b-136bad5cf58d_ – ¡Lo eres! Esto no es un sueño...
E ela não estava dormindo, o. Sus sentidos ya no estaban adormecidos, su voz ya no arrastraba las palabras, no había más ningún tipo de esfuerzo, ninguna lucha interna que librar. Estaba despierta, a centímetros de ese calor, de la “presencia” que solo esperaba que ella abriera los ojos y reconociera la bodega, las velas, las monjas y sus compañeras de cuarto…
Lentamente abrió los párpados. Dejó entrar la tenue luz y mostró al hombre frente a él. Un hombre muy alto, fuerte, de pelo largo, negro y ondulado, ojos color ámbar y mandíbula cuadrada. Un hombre que le sonreía de soslayo, sarcástico e irónico, completamente desnudo y solo con ella, en el sótano de una casa extraña. No fue el convento. No había monjas ni compañeros de cuarto. Sin velas, pentagramas o llamas. Sólo ella y él, juntos, apretados contra esa piedra fría, colocados en ese ángulo incómodo, ni de pie ni acostado, permitiendo que fuera fácilmente penetrado por hombre o bestia.